Clarín / Sociedad
Por: Marcelo A. Moreno
Ahí está, blanca y radiante, con la opulenta cola envuelta en tules y las infaltables lágrimas ornándole los ojos. Florencia de la V se "casó" -en realidad, no hubo papeles de por medio- y una revista de actualidad le dedicó la tapa y una veintena de páginas al acontecimiento y la siguiente tapa con una cobertura de similar tamaño a la luna de miel de la travesti y su pareja en México.
Todo, en el marco de una exclusiva que tiene su sustento: se trata quizá de la máxima estrella de la revista porteña, lo cual habla con callada elocuencia de la sexualidad criolla.
El dossier del casamiento tuvo el despliegue de rigor, con la correspondiente colección de famosos ataviados para resaltar, el lanzamiento del ramo de la novia, el vals, la torta y hasta el toque tan argentinamente familiero de las adolescentes hijas del novio repartiendo sonrisas por doquier.
También la nota sobre la luna de miel cumple con los requisitos del caso: fotos con todo el glamour que se puede lograr con un partenaire algo rollizo y tatuado sin reparar en superficie en la pileta, en la playa, de compras, en la suite del hotel, con el infaltable anochecer atrás y besos, abrazos, cariños prodigados a troche y moche.
Y en el artículo Florencia habla casi de todo: de la relación de diez años con Pablo, de su obsesión por el trabajo, de su búsqueda de felicidad, del romanticismo y, por cierto, de la noche de bodas, de su hechizo y su magia.
Pero, entre tanto palabrerío, hay algo de lo que no se habla. De que con su marido tienen algo más en común: el mismo sexo. Porque ella declara, orgullosa, que le están haciendo la primera nota como "la mujer del señor Goycochea." Pero no es una mujer: es una travesti.
Esa es la palabra que muy llamativamente se obvia en la cobertura. Lo que instala con la potencia de la verdad una ficción o una ilusión en la cual demasiados, al parecer, pugnan por creer: la condición femenina de Florencia de la V.
La historia, tan real, también parece inspirada en la literatura: Flor es la versión sexualmente ambigüa de Cenicienta. Es la travesti que, merced a su talento y esfuerzo, llegó a convertirse en estrella, tanto que esa circunstancia permite borrar hasta su propia marca de identidad sexual.
Y esto sucede en el marco de una sociedad particularmente despiadada con las travestis. Pocos grupos sociales son tan sistemáticamente marginados, perseguidos y castigados como el de los transexuales. Ni documentos ni derechos reales tienen estos hombres que no lo son ni mujeres tampoco, siempre merced al exquisito trato policial y a la discrecionalidad del funcionario de turno.
Pero al mismo tiempo son usados con frenesí. Son miles y miles los machos porteños que van a experimentar su homo o bisexualidad desfilando por los jardines de Palermo, el gueto en el que la hipócrita moral imperante ha confinado a las travestis locales.
Por eso, el rutilante estrellato de Florencia de la V. se parece tanto a una coartada social: resulta que somos tan progres que podemos instaurar a una travesti como sex simbol.
La realidad es otra: esta es una sociedad que condena a las travestis a la prostitución porque les niega cualquier otro trabajo.
Y el éxito de Florencia de la V. no alcanza para legitimar tanta crueldad y tanto desprecio.
Por: Marcelo A. Moreno
Ahí está, blanca y radiante, con la opulenta cola envuelta en tules y las infaltables lágrimas ornándole los ojos. Florencia de la V se "casó" -en realidad, no hubo papeles de por medio- y una revista de actualidad le dedicó la tapa y una veintena de páginas al acontecimiento y la siguiente tapa con una cobertura de similar tamaño a la luna de miel de la travesti y su pareja en México.
Todo, en el marco de una exclusiva que tiene su sustento: se trata quizá de la máxima estrella de la revista porteña, lo cual habla con callada elocuencia de la sexualidad criolla.
El dossier del casamiento tuvo el despliegue de rigor, con la correspondiente colección de famosos ataviados para resaltar, el lanzamiento del ramo de la novia, el vals, la torta y hasta el toque tan argentinamente familiero de las adolescentes hijas del novio repartiendo sonrisas por doquier.
También la nota sobre la luna de miel cumple con los requisitos del caso: fotos con todo el glamour que se puede lograr con un partenaire algo rollizo y tatuado sin reparar en superficie en la pileta, en la playa, de compras, en la suite del hotel, con el infaltable anochecer atrás y besos, abrazos, cariños prodigados a troche y moche.
Y en el artículo Florencia habla casi de todo: de la relación de diez años con Pablo, de su obsesión por el trabajo, de su búsqueda de felicidad, del romanticismo y, por cierto, de la noche de bodas, de su hechizo y su magia.
Pero, entre tanto palabrerío, hay algo de lo que no se habla. De que con su marido tienen algo más en común: el mismo sexo. Porque ella declara, orgullosa, que le están haciendo la primera nota como "la mujer del señor Goycochea." Pero no es una mujer: es una travesti.
Esa es la palabra que muy llamativamente se obvia en la cobertura. Lo que instala con la potencia de la verdad una ficción o una ilusión en la cual demasiados, al parecer, pugnan por creer: la condición femenina de Florencia de la V.
La historia, tan real, también parece inspirada en la literatura: Flor es la versión sexualmente ambigüa de Cenicienta. Es la travesti que, merced a su talento y esfuerzo, llegó a convertirse en estrella, tanto que esa circunstancia permite borrar hasta su propia marca de identidad sexual.
Y esto sucede en el marco de una sociedad particularmente despiadada con las travestis. Pocos grupos sociales son tan sistemáticamente marginados, perseguidos y castigados como el de los transexuales. Ni documentos ni derechos reales tienen estos hombres que no lo son ni mujeres tampoco, siempre merced al exquisito trato policial y a la discrecionalidad del funcionario de turno.
Pero al mismo tiempo son usados con frenesí. Son miles y miles los machos porteños que van a experimentar su homo o bisexualidad desfilando por los jardines de Palermo, el gueto en el que la hipócrita moral imperante ha confinado a las travestis locales.
Por eso, el rutilante estrellato de Florencia de la V. se parece tanto a una coartada social: resulta que somos tan progres que podemos instaurar a una travesti como sex simbol.
La realidad es otra: esta es una sociedad que condena a las travestis a la prostitución porque les niega cualquier otro trabajo.
Y el éxito de Florencia de la V. no alcanza para legitimar tanta crueldad y tanto desprecio.